sábado, 13 de noviembre de 2010

Las Matemáticas con nocilla

He andado a vueltas con la ciencia estos días. Yo, que soy de letras. Y que me mareo cuando la abstracción de una teoría científica se dispara hasta el tercer nivel. Pero he estado pensando mucho en la ciencia, porque me he dado un baño largo de nocilla. Dream, Experience and Lab. Estando en esa fase también he pensado mucho en García Calvo, Sir Agustín, que siendo un ácrata que incluso viste con un alarmante desorden, ha pensado mucho acerca de las implicaciones entre las matemáticas y la poesía. En la nocilla en sí no he pensado. Ni mucho ni poco, nada. A veces meriendo con nutella, porque soy un latino al que le gusta lo original. También he pensado estos días en el OuLiPo de los sesenta, a los que la nocilla les provocaba una sutil indiferencia. No recuerdo ni una sola vez que Pérec mencionara ni nocilla ni cremas similares. Y si no las menciona Pérec es que nadie las menciona.
Sorpréndanse de lo mucho que he pensado.
Como yo.
Sidiuss/Mauricio Javier González Guzmán
Hace tiempo soñaba con la posibilidad de indagar en la base matemática de la Lengua. Me tocaban las narices esos ramplones desprecios de la gente cool y de ciencias que mandaba al saco de los inútiles a los amiguetes que no daban para más en los estudios. Los de letras. Pero me tocaban mucho más las narices los profesores a quienes yo conocía y que enseñaban entonces la Lengua como un arte obtusa, en cuyo corazón latía una lógica cortocircuitada, impredecible como una bestia del Pleistoceno. No, no la enseñaban así: siguen enseñándola así. Hay que ser del Pleistoceno para seguir enseñando así. Eso me duele. La Lengua es un bien precioso. La Lengua materializa mi imagen del mundo. Lo dice Wittgenstein. Lo dice Janosz Petöfi. Y yo. Me jode que se divulgue en los centros educativos (siguiendo esa cadena de causa-consecuencia), que el mundo es más absurdo aún de lo que ya de por sí parece ser. Me jode pensar que, con maestros así, el mundo va a ser cada día un despropósito mayor que el que hemos habitado hasta ahora.
Wittgenstein, que pensó tanto sobre el tema, y que convivió en su infancia con un furibundo intérprete de una realidad distorsionada a imagen de su personalidad límite (tanto si llegaron a intimar o no Hitler y él), estaría tan escandalizado como yo de haber conocido la enseñanza actual.
Dudo que tuviera un arranque moralista, sin embargo. Intuyo que de tener arranque alguno sería en todo caso de impotencia, y como mucho quemaría su obra. Luego se dedicaría a vivir. Sin más.
Libre.
De las novelas nocilleras de Agustín Fernández Mallo, me quedo con lo que tienen de apuesta. Con el frío de su salto en solitario. Me quedo con ello, pero me quedo rígido, como se queda uno delante de una maniobra bárbara, una de esas reacciones que contemplamos con el espinazo erizado mientras las clasificamos y no hallamos casilla donde meterlas. Novelas raras, sí. Los que caminamos arropados entre la gran masa de la verdad las llamamos así. Raras.
Las novelas de Fernández Mallo ejercen sobre mí una atracción potente. Fatal, aun sin darle crédito al asunto del destino. Aunque hay algo de coincidencia malévola en las trayectorias de los cuerpos que vagan en el espacio, y a veces se acercan demasiado y colisionan. Miren bien lo que acabo de decir: hago un análisis y a la vez lo doto de una forma científica. Es a eso a lo que me refiero cuando digo que he colisionado. Quiero decir que, moviéndome sin un rumbo marcado previamente, llego a un punto que me sugiere un modo de paz, un modo de sosiego que se parece al de un habitáculo familiar. Quiero decir que es una forma apetecible de colisión. Quiero decir que celebro el encuentro. Quiero decir cosas, pero tantas. Quiero, sin más. Insistentemente.
Fernández Mallo ha apostado a la literatura innovadora, pero lo ha hecho desde una posición heterodoxa. Ya saben que los heterodoxos son entes a medio camino de todo, y acumulan amenazas reales de hoguera. Fernández Mallo, que procede del campo científico, que conoce las líneas especulativas de la Física actual, que lee (como confiesa) poco y sin disciplina y por supuesto no hace caso alguno de la tradición literaria occidental, ha apostado con riesgo. Pero a mí gusta. En realidad a mí me gustan los tocapelotas. Cualquiera que ofende a lo establecido, aunque luego se demuestre que era otro iluminado. Siempre le agradeceremos que nos sacara por un tiempo de la triste y gris y medrosa cotidianidad. Cualquier cosa, menos alimentarse a diario de autocomplacencia.
Ahora me gustaría dedicar tiempo a indagar como decía antes, buceando entre estructuras lingüísticas hasta encontrar si allí dentro, entre las estructuras del lenguaje, hay alguna razón de orden científico, un ADN de la Lengua, algo como la sucesión de Fibonacci entre las piezas de un discurso. Por si es posible vislumbrar una forma de coto al caos que es mi mundo. El mundo. Podría ser una indagación que partiese de obras basadas en ideas grandes y vacunadas de prejuicios, algo como lo que hiciera García Calvo en los años de su Escuela de Lingüística, Lógica y Artes del Lenguaje, y algo en lo que (sin miedo ni a fracasar ni a delinquir contra la santa tradición literaria occidental) se propiciara la experimentación continua como práctica capaz de abrir caminos. Algo como un inmenso brain storming literario que funcionara como un gran laboratorio de posibilidades. Como un OuLiPo con proyección de futuro. Me gustaría ahora dedicarme a eso. Es otra de tantas cosas que quiero.
Lo que ahora quería decir casi no lo he dicho: he disfrutado con la trilogía nocilla. Está por ver qué aporta ahora Fernández Mallo a la narrativa del momento. Narrativa del momento: esa sala en la que comienza a quedar poco oxígeno para una multitud tan desaforada de autores en espera de su hora. Siguen entrando y cada uno toma su número. Cuchichean y miran en la pantalla. Algunos se aburren y se van. Hay muchos. La sala no es grande. Fernández Mallo le ha dado nombre incluso a un grupo potente de autores, la Generación Nocilla. No sabemos aún qué es la generación, ni qué es su nocilla diferencial. Lo que es indudable es que ha aportado una forma de mirar distinta. Y eso es un logro en sí. Lo voy a conmemorar desde ahora todos los años. El día Nocilla.

La mirada se vuelve blanca de mirar fijamente a un solo punto.
Eso dicen los científicos también.

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