martes, 9 de noviembre de 2010

El vórtice acelerado

Rastreo literatura, casi a diario. Una obsesión de perros que yo ejerzo a conciencia. Cosa de modas, o acaso necesidad de reubicación. Tengo pánico a estar en el mundo, pero en un mundo equivocado y hecho a mi medida al que fácilmente puedo confundir con el mundo real. Uno se mete a escribir novela, se aísla buscando intimidad y cuando quiere salir de su tabuco el sol alancea sus ojos y le hace daño. Entonces entiende que en todo ese tiempo se ha dejado enredar en unas coordenadas autistas de las que ya no es fácil salir. La torre de marfil es grande, y confusa. Un laberinto, pero mejor no entramos en esa historia borgiana. Hay que rastrear hacia afuera entonces.

Digo que rastreo, pero también habrá que confesarse y admitir que hay en ello un deseo de estar a la última, de conocer lo que está y no está de buen ver todavía, qué es lo que se lleva y lo que no, para asegurarme de que no estoy descolocado en medio del vórtice. La literatura es así, ha sido siempre así, un vórtice loco que gira sobre las vanidades de sus autores, sólo que ahora el vórtice se ha alimentado de la velocidad de la era post y marea más que nunca. Y el vórtice no descansa nunca. Cada día me levanto con la noticia de que ha nacido la nueva esperanza blanca de las letras, sin que nadie me avisara de dónde se iba a producir el parto. Y ni yo, ni nadie al parecer esperaba el parto.

El vórtice gira movido por mil demonios. El vórtice es asesino y acaba contigo si te quedas a merced de su fuerza, si te quedas mirando, como una gorgona transmutada en algo muy moderno, muy de ahora. Algo como la moda, algo como la literatura centrifugada en que se ha convertido esto que llamamos postmodernidad.

Hoy tengo angustia.

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