martes, 31 de julio de 2012

Entrevistas: ahora en la web de Irreverentes


Nuestro mundo occidental quiere parecer aséptico, expurgarse del ingrediente salvaje que lleva dentro. En México el ser humano camina sin piel: no hay impulso humano que no sea visible a plena luz.
Santiago García Tirado

(Linares, 1.967). Se presentó en 2.003, al ganar el premio Teruel con Un fotógrafo en la siesta. Sánchez Dragó calificó de «restallante » su prosa, y Javier Reverte se manifestó sorprendido: «es difícil encontrar un cuento tan redondo». Tras la publicación de su novela Un preso que hablaba de Stanislavski (Ediciones Irreverentes, 2006), la crítica afirmó «García Tirado estará seguro entre los grandes». Posteriormente ha publicado el libro de relatos Todas las tardes café (Ediciones Irreverentes, 2010), finalista del Premio Internacional de Relatos Vivendia. La presente obra ha ganado el V Premio Internacional Irreverentes de Novela. Ha participado en las antologías Microantología del microrrelato, Microantología del microrrelato II, Poeficcionario, 13 para el 21 e Hiroshima, Truman y es el editor literario de Asesinatos profilácticos. Dirige http://www.periodicoirreverentes.com
LA BALADA DE ELEANORA AGUIRRE
Pregunta.- La novela que acaba de dar a luz Santiago García Tirado se presenta como "la narración de un viaje". El viaje turístico es seña de identidad de nuestro tiempo, y se asocia a la cultura del entretenimiento. ¿Es su novela un ejercicio de entretenimiento?
Respuesta.- La necesidad de viajar surge de la fascinación ante lo desconocido. Es el acto de mayor arrojo, y por el que un ser humano se afirma frente a los suyos al romper la paz de su tribu. El que viaja es un ser que decepciona y frustra las esperanzas que los suyos tienen puestas en él. Por eso el viaje es también una metáfora ideal de lo que constituye una vida. El Quijote es la narración de un viaje. Todos los elementos de una vida (azar, peligro, insatisfacción, deseo) están representados en El Quijote, con toda su fértil constelación de símbolos. Mi viaje, como ves, no tiene nada que ver con la cultura del entretenimiento que caracteriza al mundo actual.
P.- Eliges un tiempo y un lugar que de ninguna manera son los tuyos, contra la tendencia de los novelistas a representar su experiencia en primera persona y en el tiempo presente. ¿Por qué Eleanora Aguirre vive en México y por qué en los años 70?R.- Porque Eleanora se ha de convertir en el prototipo de ser humano libre según lo entendemos en este nuestro S. XXI. La protagonista vive una época que se desliza sobre el filo de un tiempo que muere (la época conservadora posterior a la Segunda Guerra Mundial) y un tiempo nuevo, impredecible, que inventará su propio esquema de necesidades y mecanismos para satisfacerlas (el mundo nuevo, representado por la revolución hippie). Que esa historia aparezca incardinada en el México de los años 70 tampoco es casual: México es el país desconcertante, desaforado, multiforme. Ningún otro lugar es capaz de mostrar en un mismo día la modernidad y el atavismo perfectamente ligados y en plena forma.
P.- La novela está atravesada de todo lo mexicano: la música, la historia, también la gastronomía. ¿Qué tiene México que no tengan otros lugares?R.- México es un descomunal enigma, por eso atrae con tanta fuerza. Ni siquiera un mexicano como Octavio Paz que dedicó algunas de sus mejores obras a entender su país fue capaz de hacerle un diagnóstico fiable. Los españoles sentimos México como un país hermano con el que compartimos lengua y un sinfín de proyectos. Pero es un país que cada día nos descubre una cara nueva, siempre sorprendente, a veces incluso una mirada torva. Es el país en el que la vida y la muerte caminan de la mano como gemelas que saludan con naturalidad a quienes se cruzan por la calle. Nuestro mundo occidental quiere parecer aséptico, expurgarse del ingrediente salvaje que lleva dentro. En México el ser humano camina sin piel: no hay impulso humano que no sea visible a plena luz.
Pero a la vez México es vital, luminoso. La música tradicional mexicana está llena de múltiples ecos, todos originales. Su gastronomía es soberbia. Su paisaje está colmado de iconos por explotar. Eso también es México. Un tesoro lleno de cosas conocidas del que a menudo emergen joyas que ni se recordaba. Eso es lo que hace de México el país de la fascinación.
P.-Háblenos de La balada de Eleanora Aguirre. ¿Cómo empieza? ¿Quién es es muchacha de un colegio de Nuevo León?R.- Eleanora Aguirre es una chica formal, que estudia en un internado de monjas. Corre el año 1.970. Sus expectativas son las de cualquier mujer de la época a la que le han enseñado que el papel de una mujer tiene que ver con la formación de una familia. Eleanora Aguirre ni es partidaria ni es disidente de esta idea. No la ha puesto en entredicho, pero es que no ha visto otro planteamiento diferente a lo largo de su corta experiencia. Hasta que se cruza en su camino la imagen de Janis Joplin. Desde que la ve en un cine entra en estado de desasosiego, y piensa que ya no puede entender nada si no es a partir de esa imagen nueva de mujer independiente. En ese momento se echa a la carretera con el objetivo de ir hasta la cantante para conocerla, lo que provocará a su alrededor un desplazamiento de fuerzas que da mucho juego narrativo. La historia nace en México y rebosa de todo lo mexicano, pero Eleanora se empeña en mirar más allá, al nuevo mundo que promete esa revolución nebulosa que está personificada en Janis Joplin.
P.- La novela representa un cambio de rumbo dentro de tu obra: cambian los temas, cambia el paisaje. ¿Respondes a un capricho, a un intento de introducir variedad en tus historias??R.- La balada de Eleanora Aguirre aparece como una novedad dentro de mi obra: hasta he tenido que poner a mis personajes a hablar como mexicanos. He tenido que indagar en esa época convulsa que fueron los años 70 y meterme de lleno en un mundo que vivía de sobresalto en sobresalto. Recrear esas coordenadas puede parecer un intento de parque temático caprichoso, lo sé, pero no es así. Hablo de México y de esos años pasados por exigencia temática. En mi primera novela, Un preso que hablaba de Stanislavski (Eds. Irreverentes, 2006), el protagonista era un actor que estaba en la cárcel por razones oscuras, que se iban desovillando a lo largo de los interrogatorios. Se hablaba allí de la responsabilidad del autor, como creador y como pieza de un mundo en tela de juicio. Elegir ese tema no fue algo premeditado. La historia seguía un desarrollo propio con elementos de novela negra, y se puede leer como una historia cerrada, sin más. A mí me sorprende, ahora que miro con cierta distancia, que exista una coherencia temática entre aquella novela y La balada de Eleanora Aguirre: en la primera, el autor dirime la cuestión de cuál va a ser su papel, qué función vislumbra para su obra; luego, en la segunda, se lanza al camino, en una lucha cuerpo a cuerpo con la realidad para abrirse paso, en lo que es un ejercicio existencial. Ahora supongo que debería escribir sobre las fuerzas que se baten en ese mundo, sobre el Bien y el Mal. Y en efecto, en eso estoy trabajando.
P.- Pues ya que hablamos de México: ¿cuáles son sus preferencias entre autores mexicanos?R.-Hay muchos autores mexicanos que ya son parte de mi ADN literario. No veo necesario volver a señalarlos. Pero sí quiero hablar de los actuales: destaco el pulso decidido de autores que buscan abrir caminos nuevos, como Antonio Ortuño, Jorge Volpi y Mario Bellatin; la inteligencia (y la valentía) de cronistas del México actual, como Sanjuana Martínez y Juan Villoro; y una autora joven como Susana Corcuera que me ha sorprendido gratamente con los relatos de A machetazos, una obra que recupera el México rural, donde se muestra en todos sus matices el México multiforme que me fascina.

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