lunes, 21 de febrero de 2011

Hoy, en Bolmangani, José Luis Amores ha dicho esto de "Todas las tardes café"

El siguiente comentario ha sido publicado en el blog Bolmangani por José Luis Amores Baena. Forma parte de un comentario mucho más largo en el que J.L. Amores entra de lleno en el asunto editorial y en el que bucea en la casi total ausencia del editor-consejero, o editor-coach en una gran mayoría de libros publicados. Para leer completo el comentario original, en su contexto, entra aquí.
 
 
Todas las tardes café, de Santiago García Tirado

Si yo fuera Santiago y hubiera escrito este libro, también de cuentos, lo habría dejado sin título. Pero si yo fuera Santiago, tampoco lo habría publicado, al menos en la forma en que él lo ha hecho. Pues sin consultar el diccionario tengo claro que publicar debe significar “hacer público” algo, y que levante la mano quien conozca —ni siquiera digo haya leídoTodas las tardes café de Santiago García Tirado. Pocas veo... Eso no es publicar: eso es matarse a trabajar para al final recoger migajas, y no me refiero al dinero.

Entonces, si yo fuera García Tirado, ¿qué hubiera hecho tras escribir Todas las tardes café? En primer lugar, cambiarle el título o dejarle aquel que, por defecto, suele ofrecer el procesador de textos de turno: sin título.***. (Se me acaba de ocurrir y mola, sobre todo esas estrellitas.) ¿Y luego? La respuesta que daría a esa estrategia post-scriptum es atrevida, extraña, repulsiva y divertida, pero estoy en ello, aún no he terminado de destrozar su escasa forma. Sólo sé que si, por ejemplo, quisiera destacar posando desnudo no se me ocurriría hacerlo —en definitiva, ser consumido— en medio de una de esas manifestaciones de gente en pelotas que se estilan, de vez en cuando, en las grandes y cabreadas urbes. No por temor a comparaciones físicas, sino porque quién iba a fijarse en nadie en particular en medio de tanta carne. Y no otra cosa que carnicerías se me antojan las librerías actuales, en las que, además, el solomillo suele estar escondido, mientras que a la vista tan sólo se encuentran hamburguesas incomestibles.

Dejando de lado títulos y anticuadas estrategias de distribución —de todos los libros, no sólo del de Santiago—, tengo que decir que también dentro de este ejemplar hay relatos memorables —si no fuera así no escribiría sobre él. Pero aquí no hay más juicio que el del propio escritor. Él se lo guisa y él se lo come. Un día se sentó o paseó o ambas cosas una detrás de otra, y pensó en relatos que ya tenía escritos y en otros que su cabeza había ido madurando. Ideó una puesta en escena y se puso a trabajar. Así fue construyendo una trama de personajes que son insertados con inteligencia en varios relatos, acostumbrando al lector a cierto tipo de ecosistema y a sus figurantes, quienes ocasionalmente tienen sus páginas de gloria. Se supone que todos los relatos van a tener de fondo el café, como bebida y/o como lugar, pero no es así, aspecto que se agradece. El autor va tocando palos, algunos actuales y otros universales: la guerra, la fama, el acoso, el amor, la pérdida de un ser querido, la demencia, el abandono, la vejez, el maltrato, el reencuentro... Incluso intercala breves relatos que, al modo cortazariano, dan vida a objetos y los organizan en sociedades con sus propias políticas y pautas de comportamiento. La variedad cromática es amplia, pero el estilo se mantiene y otorga una coherencia sólida más allá de ese patrón unificador que podría ser una cafetería pero que se revela como mera excusa.

Santiago G. Tirado, como a él le gusta firmar, ha leído mucha literatura en castellano del lado de allá. Yo, que he consumido menos que él, me atrevo a sumar a Onetti al ya mencionado Cortázar más juguetón —con los objetos y los seres inexistentes, pero también con ciertas sintaxis y gramática— como referencias estilísticas particulares. Además, tiene tendencia a embellecer las frases con toques cuasi aforísticos y un grado tal de asertividad que, en ocasiones, bordea lo castizo, aunque sin llegar a adentrarse en él ni, por fortuna, incurrir en el chovinismo lingüístico (si tal cosa existe).

Se trata, pues, de un buen escritor, dotado de una estupenda imaginación asentada en un imaginario eminentemente social, capaz de construir un atractivo relato sobre, por ejemplo, el abandono familiar basándose en un juego de desplazamientos de roles y liderazgo entre los trabajadores de una cafetería. O de describir el principio del fin de la vida mediante los pensamientos de un anciano perdido entre unas calles que hasta ayer mismo le eran conocidas.

Y ahora os voy a pedir

que no busquéis en las librerías estos dos títulos, pues perderíais el tiempo. Quizá en alguna biblioteca se haya colado un ejemplar, o posiblemente en las editoriales quede algún resto. Si queréis leerlos, buscaos la vida, y así le otorgáis un nuevo sentido epistemológico a vuestro devenir.

También veo justo avisaros que ambos autores son cuarentones; es decir, viejos o casi ancianos. Ello tiene el inconveniente de que su literatura es seria, madura y reflexiva además de, como he dicho, imaginativa. No vais a encontrar ahí facilities o commodities post-loquesea —aunque Tornay es la leche torciendo tramas y subtramas—. Como tampoco frasecillas sacadas de un taller de escritura recreativa —porque a G. Tirado no hace falta que le enseñe ni distraiga nadie—.

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