miércoles, 13 de abril de 2011

Este calor, y Hedwig y Wilde y Jorge Carrión... y esos cuerpos que retornan



Tiene que haber sido este calor. Un día salgo a la calle y súbitamente encuentro que los cuerpos han vuelto a su territorio. La vida, ese pálpito. Esa tentación de reír y de acariciar y de cantar un rock ochentero o algo más expuesto aún. El ojo, el tacto, el olfato y el gusto esperando oír algo que complete el cuadro de la primavera, pero algo de carga humana, algo menos bucólico que un trino de pajarillos, algo más voltaico. La sensualidad  acezante, ah...

Tiene que haber sido este calor llegado a traición. No puede haber sido tan sólo porque la semana pasada lo pasé en grande con esa cinta de John Cameron Mitchell travestido en Hedwig and the angry inch, que es la alegría de vivir, y un disparate de empezar a reír y no parar. No creo que fuese tampoco por esa efusión de textos que son cuerpos en sí, o viceversa, y que en un descuido me dejé inocular por Jorge Carrión al hilo de uno de sus últimos posts, un estallido de textos y citas y películas y ensayos que lo dejan a uno en estado de zozobra y como predispuesto a que el espectáculo de la calle con este calor tome la forma de otra gloriosa experiencia del abismo. Hum… y apetecible. Pero ni siquiera puedo creer que tuviese mucho que ver en mi descomposición sensual de los últimos días el hecho de que acabo de revisitar al Wilde desbraguetado de El retrato de Dorian Gray. Fíjense, y sin programarlo: tres piezas de travestismo y rollo gay en un solo pack semanal. Pero no creo que sólo la lectura o el cine hayan servido para tanto.

Ha tenido que ser una conjunción de los astros primaverales, que son así de canallas. Bueno, y al final vamos a tener que asumir que un poco también será culpa de éstos que sin quererlo (yo) me envenenaron las tardes, al tiempo que el sol me iba sofocando, a mí, y a otra mucha gente en mis inmediaciones demasiado inmediatas. Y con el arsenal de hormonas en contubernio y a su bola.

Es eso de todos los años por estos días, con su lírica a cuestas y su mitología cuántica y su desesperación incorporada que, ay, es la esencia de ser carne y cerebro limitados y dados al deseo. Pero bien, se acepta. Digamos que todo junto suena a volver a vivir. Porque vuelven las ganas de vivir.

Pero el caso es que tengo esa fea costumbre de abrir la prensa del día y leer, y a veces comentar y darle cancha a ciertas prisas y a la conciencia, y luego ya no sé qué hacer ni dónde meterme cuando siento el calor, y quisiera volver a sentir esos cuerpos que me rodean y pasan a mi lado, cuando además tengo reciente tanto prospecto noticiero que sólo sirve para matar la líbido y llorar. Es entonces cuando me vuelve el conflicto de siempre, porque lo que yo quería, en una tarde como ésta, en realidad era seguir riendo y sintiendo el calor, con todos sus efectos.

Se lo juro. Pero no me miren así.

No me miren así.

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