Camino Joplin


Algunos fragmentos de una novela que no es fragmentaria, o no más de lo que ya es la discontinuidad de los días. La balada de Eleanora Aguirre camino de una obsesión que se llama Joplin.



· Eleanora habla en sueños:

Salir del trampantojo.Recuerda que la cena fue muy ruidosa. Ella apenas habló, aunque las demás reían y hablaban sin parar. Y muy fuerte. Comió: carne deshebrada y tortillas de maíz. Mª Esmeralda Salmerón era la que más reía. La madre superiora no mandó callar como otras veces. Mª Arsenia Malkiel estuvo vomitando en el baño cuando todas se habían metido en la cama. Otras dos estudiantes fueron allí a fumar. Una era Shelley Waters, pero no sabe a ciencia cierta quién pudo ser la que la acompañaba. Mª Esmeralda Salmerón y ella se escondieron en los baños después de todo eso, cuando quedaron solas. La una; tal vez la una menos cuarto. La Salmerón sacó unos chicles del bolsillo de su falda. Tenía una revista en la mano. La estuvo hojeando, y enseguida se la dio a Eleanora. Dijo que la monja estaba loca, como para atarla. Eleanora Aguirre se mostraba parca de palabras, aunque la otra no pareció notarlo. Tenía abierto un mapa de la guía Roji, y con un dedo reseguía una carretera. Si la monja volvía a ponerla en una situación semejante, se lo diría a su padre. O tal vez no. A lo mejor sería más inteligente darle una buena madriza, para que aprendiera, eso decía Mª Esmeralda Salmerón. Eleanora señalaba un punto en el mapa dando golpecitos sobre el nombre de la ciudad. Le dijo: Está cerca. La otra respondió: Qué. Eleanora aclaró: Me voy. Mañana, o el mes que viene. En cuanto lo tenga todo. La otra: ¿Qué es eso de que te vas? ¿Tienes cita con el médico? ¿Te llevan de viaje? Eleanora: Me voy yo sola. A Monterrey. La otra: Es hora de dormir. Te dejo la revista hasta mañana. Eleanora: Tengo que llegar a Monterrey, como sea. No soporto más trampantojos. La otra: ¿Hay alguien por ahí esperándote? ¿Un novio? No quiero pensar que sea alguien del pueblo. ¿Con quién estás planeando? Eleanora: Mira: Monterrey. Si en Monterrey hay gente como esa Janis, no sé qué chingados hago yo en este internado. Aquí no vamos a ver nada del mundo. De aquí salimos derechitas a ser esposas y mamás. La otra: Te afectó la polémica con la hermana Loreto más que a mí. Eleanora: Esta semana. Si consigo transporte, de esta semana no pasa. La otra: Vámonos a dormir. Eleanora: Ya no tengo nada que hacer aquí. No aguanto más. Y no, no voy a ser mamá. La otra: Si no vienes a la cama, me voy sola. Y Eleanora: Tienes que ver lo que te voy a enseñar.Eleanora guarda una imagen clara de su estado emocional. Una zozobra que le impide respirar bien, es el primer deseo intenso que se apodera de ella. Si ha sentido algo que se le parezca, de eso debe de hacer ya mucho tiempo. No lo recuerda. Lleva de la mano a Mª Esmeralda Salmerón hasta su taquilla. Descalzas para no hacer ruido. Le enseña dos vestidos, una falda, algunas camisas y un par de zapatos de domingo. Tiene también un rebozo de angora blanco que Mª Esmeralda Salmerón le ha visto otras veces. Le enseña un pantalón vaquero. Le dice siempre quise ponerme uno de mezclilla como este; en mi casa no saben que lo compré. Le enseña el dinero que ha sacado de su alcancía esa misma tarde: 247,35 pesos. Su ajuar lo completan un cuaderno, dos bolígrafos, un diccionario de inglés, unos pañuelos y tres mudas de ropa interior. Lo último que le enseña a la otra está dentro del armario. Abre la puerta y le señala al interior. Es una maleta. Es la maleta de la familia. Perteneció a su abuelo, y luego a su padre. El hecho de que un arreo de viaje haya viajado también en el tiempo para ser presente otra vez, lo dota de un valor simbólico que Eleanora intenta explicarle a la otra con ejemplos ilustrativos. Es como si… La otra se sienta en la cama, frente a Eleanora. En ese momento comprende que la conversación va en serio. Desde su ángulo, Eleanora es ya una mujer. Tiene la frente alta, un entrecejo arrugado, unos pómulos que han borrado ya sus mofletes de niña. Los pechos los tiene duros, se los ha tocado algunas veces. Y habla sin titubeos.


· El padre Ventura Peñafiel logra en la historia un protagonismo que nunca se ha buscado. Sin comerlo ni beberlo se ve ante un encargo que lo sobrepasa. Divaga:


Los humanos y la jerarquía, ese tema. La condición de la obediencia, la responsabilidad. Tomar decisiones, pero siempre porque otros las han tomado. Y luego la facilidad con que uno se alza contra el orden aduciendo mil razones cosidas sobre el cañamazo de la dignidad, para llegar a las sediciones, subversiones, revoluciones, insurrecciones, incorrecciones, sublevaciones. Una vez consumada la revuelta terminar lo antes posible accediendo a otra jerarquía. Los humanos se entienden bien con la jerarquía, ese tema. Un tema mayúsculo de filosofía universal. Alguien por arriba o por abajo a quien señalar con el dedo si se llega a cierto punto. Ese fue, aquel ordenó. Pero los humanos no pudieron crear una idea tan redonda de la nada. Definitivamente tuvo que ser congénita. Nacieron con ella o no fueron humanos. Alma o jerarquía. Como en los ángeles, también en los humanos hay una disposición a aceptar al jefe. Bueno, ya no tenía ganas de seguir dándole vueltas a la jerarquía, ese tema. Era interesante después de todo, pero elucubrar ya no le servía para calmarse después de haber recibido la orden. Salió al patio a buscar aire fresco. No eran ni las ocho de la mañana. Al padre Ventura Peñafiel el encargo le supuso un trastorno. Una gran faena. Una jodida responsabilidad, pensó.


· Ética del viaje:


Vamos a dar un paseo, dijo. ¿Adónde vamos?, respondió Emiliano. Un paseo no es ir a ninguna parte. Un paseo es andar y dejar que el mundo se te meta, le dijo Eleanora.


· Uno de los curas del internado tiene un coche. Suena una melodía de The Byrds, y recuerda dónde aprendió a querer a esas máquinas: 



Ballad of easy riderEl Buick era una máquina relativamente nueva, que el padre  Abdón mimaba como a un hijo pequeño. Lo limpiaba cada dos semanas por dentro y por fuera. Revisaba el motor y los niveles de agua y aceite. A veces hacía reparaciones simples con los conocimientos de mecánica que había aprendido en el seminario. El seminario fue un tiempo. Los años de dejarse contagiar de cosas. Allí hizo amistad con otro seminarista, italiano, que tenía un Alfa Romeo. El único del seminario. Único italiano, único que conducía coche, único en sentido del humor también. Un bon vivant italiano. Le ponía tanta pasión al Alfa Romeo como a despotricar de Pío XII y de la nobleza negra, dos aficiones por las que se hizo notorio, en privado siempre, por supuesto. Abdón lo idolatraba. De él aprendió cosas más importantes que la mecánica, cosas que no se pueden explicar aquí. Algunos domingos Peñafiel se encontró al padre Abdón sudando a chorros en el patio de las antiguas caballerizas, empeñado en lavar a mano el Buick. Empleaba baldes y baldes de agua, luego lo secaba con una gamuza. En los cromados lo bruñía con un estropajo de aluminio. El padre, así que se sabía descubierto, se incorporaba con su sotana polvorienta y mojada, se secaba la frente. Siempre le decía lo mismo. Que con ese trabajo se ahorraba flagelaciones. Y acababa con una sentencia que se convirtió en santo y seña entre los dos: Habitus et tonsura modicum faciunt, sed mutatio morum et integra mortificatio passionem verum faciunt religiosum. Los latines del padre. Peñafiel los tenía por memorables. Cuando se debatía en medio de un barullo mental que lo acosara, esgrimía alguna frase críptica que no respetaba una sola regla de la gramática latina. Si se lo hacía notar, el padre acababa remitiéndose al Kempis. Se sabía de corrido tres o cuatro sentencias con las que se parapetaba frente a quien pusiera en duda su conocimiento del latín. El latín también le recordaba mucho al italiano.

·La revolución, en manos del pueblo. Eleanora se encuentra el camino sembrado de profetas que predican el nuevo orden que está por venir. Corre el año 1970.


Su teorema resumido venía a decir que el ser humano inventa estrategias inverosímiles para no dejarse devorar del aburrimiento. El aburrimiento es la primera y la mayor de las enfermedades para el individuo de una sociedad avanzada. Él se aburría, así que se vio contingente y burgués, tanto que empezó a preocuparse por su grado de compromiso en la revolución. Marx lo habría definido como un revolucionario atrapado en el galimatías de la superestructura. Stalin lo habría enviado a un gulag, a Siberia. Mil doscientas treinta y nueve baldosas eran un recorrido muy largo, pero no tanto como ir a Siberia. Fue maravilloso en ese momento ver la michelada goteando. Su cliente lo esperaba sentado en una mesa y lo saludaba con una entre las manos. Pues ya pensaba que alguna mujer te tenía atrapado entre sus brazos y tenía que comer yo solo.Déjate, pendejo. Seguro que no tienes ni cinco minutos de estar aquí.Tantito más. Casi hubiera podido tomarme un lonche mientras esperaba. El cliente apuró el cigarrillo antes de aplastarlo en el cenicero. Cambió el tono de voz. Le dijo pero verte a ti siempre merece la pena, compita. Estás cada día más parecido a Stewart Granger.  Apenas hablaron durante la comida. Poca cosa más que cumplidos de rigor, preguntas sobre la familia, o sobre negocios. A Juan Domingo Mayo le incomodaba hablar de temas importantes en lugares cerrados.  Salieron de allí sin haber tomado el postre. Juan Domingo Mayo le dijo al otro que acababa de descubrir el sitio donde servían el mejor Manhattan de México. Pero eso sería más tarde. Después de un paseo. El único sitio donde toleraba una conversación confidencial era en un lugar abierto y libre de mirones. Bajaron andando hasta el cauce seco del río. Cruzaron al otro lado y caminaron en dirección opuesta al tráfico. Se sentaron en un banco. Juan Domingo Mayo sacó su paquete de cigarrillos y le ofreció uno a su acompañante. El que rompió el silencio fue él mismo.¿Y, pues, cómo va la revolución, compa?Como era de esperar. Cuba va a ser la medicina que traerá la salud de América.  El hombre decía las cosas como si la duda solo fuese un estado de los otros. Miraba con ojos espantados, lo que unido a su pelambrera indomable y atacada por unas grandes entradas, le confería un aspecto de iluminado. Fumaba con compulsión. El cigarrillo que llevaba ahora en la boca hacía la docena. Juan Domingo Mayo le acercó el mechero. El hombre dio un calada larga. Luego sacó del bolsillo interior de su americana un sobre. Dijo:Te traigo todo lo que tienes que saber bien anotado en esta carta. La podrás abrir en cuanto me vaya. Verás que solo habla de cantidades. El resto lo sabes tú.Juan Domingo Mayo se guardó el sobre, no sin antes mirar a su alrededor para cerciorarse de que no hubiera nadie al acecho. Siguió fumando mientras esperaba a que el otro añadiera alguna información. Le sorprendió, por tanto, que el otro se encerrara en su silencio y poco después amagara con levantarse para seguir con el paseo. Uno de los dos seguramente había equivocado sus expectativas. Juan Domingo Mayo lo agarró del brazo y le dijo:La semana que pasó recibí una llamada del partido. Tampoco ellos supieron qué decirme. Como tú.El otro miraba el fluir del tráfico, alocado a esa hora, como una serpiente huyendo del fuego. Estaba en otro plano, muy lejos de allí. Tardó su tiempo en volver, y lo hizo con una pregunta para Juan Domingo Mayo. Le dijo: ¿Por qué tienen tanta prisa, si en el fondo los pueblos no saben muy bien a dónde van?No te pongas romántico, o te van a fregar esa fama que tienes. A lo mejor es que esa gente, o toda la América Latina, está esperando que os venga la gana de empezar la revolución.No nos apures, compa. La revolución la queremos todos.Pero el capitalismo nos está chingando todos los días, mientras tú y yo nos miramos las manos y no hacemos nada.Ahora fue Juan Domingo Mayo el que echó a andar de un lado a otro. Repentinamente se puso muy nervioso. El otro se quedó clavado con la vista colgada de la serpiente ruidosa, las dos manos metidas en los bolsillos del pantalón, y rascándose la entrepierna. Como un profeta, sin parpadear, sin mirar a nadie en concreto.México no es Cuba, compita. Aquí no sirve con una lancha y un pelotón de guerrilleros. Acuérdate de lo que le duró la vida a Zapata, que se vio bajo tierra antes de que contara hasta tres.Juan Domingo Mayo se peleaba con un puro que no lograba encender. Lo giraba y lo giraba con el mechero en la mano inútilmente. Acabó por lanzarlo a las piedras del río. El otro volvió a hablarle. Te va a llamar pronto.De quién me hablas.De quién va a ser. Del Comandante. En la mano extendida tenía un puro nuevo para Juan Domingo Mayo. Este lo tomó, pero se limitó a olerlo. No quería decir nada más. Este es bueno, le dijo, pero recuerda que el chiste está en fumarlo con calma. Sin que se apague, pero con calma.  

· U.S.A. os ha regalado un bonito viaje. Eleanora no sabe nada. Nosotros sabemos que es 4 de octubre de 1970. Ahí está la diferencia.
 

Juan Domingo Mayo la llevó a un restaurante donde se podía elegir entre doce tipos de hot-dogs y cuatro de hamburguesas, una de las cuales se anunciaba específicamente como tex-mex. Ella prefirió lanzarse a lo nuevo con un hot-dog con salsa de queso y pepinillos dulces; él, con un cuarto de libra de ternera con bacon, huevo frito, queso, lechuga y tres salsas distintas. Café gratis. El refresco se pagaba una vez y se podía repetir a placer. Un televisor en color perfilaba mal que bien las figuras de una teleserie cómica. El ambiente era bullicioso, el público del local se renovaba constantemente. Juan Domingo Mayo picaba de las patatas amontonadas a un lado del plato mientras esperaba a que las retiraran.Y pues, ahora qué, Eleanora.Ahora no sé nada. Estoy aquí. Ya veré después.No me preguntas por el encargo que me hiciste.Te iba a preguntar luego en el hotel.Tu familia no se encuentra bien. Tu papá especialmente. Mi papá no sufre por mí. Ocurre que no podrá dormir pensando que la gente se ríe de la situación. Lo estará torturando esa idea, se le atragantan a papá ideas como esa. Quiere que todos sepan que es el rey en esa casa, porque piensa que esa es la manera en que también se hace fuerte su negocio.  Rascaba un fósforo en la lija, inútil. Una señora de pelo blanco que fumaba en pipa le ofreció su caja de cerillas. Juan Domingo Mayo le dio las gracias, y la mujer le respondió con movimiento de cabeza muy prima donna. De todo ese juego escénico Eleanora ni se percató, atenta solo al trasiego de modelos que iba pasando por delante de su vista. Y a una canción que sonaba en la música de ambiente y que no había oído antes.Voy a estar en Los Angeles un par de días más, pero puedo hacer por ti lo que quieras. Si lo necesitas puedo quedarme hasta una semana.No necesito nada, Juan Domín. Quiero estar aquí un tiempo, conocer gente, vivir esto que está pasando aquí, luego ya veremos. Y conocer a Janis.Yo viví aquí.Pero, ¿cómo es que viviste aquí, si nunca me dijiste? Estudié en la universidad. Pasé cinco años aquí por mis estudios. También tuve una novia, bueno, eso es una historia larga que ya pasó.En los Estados Unidos… Juan Domín… No puedo creerlo.Tiene su encanto para un mexicano, ya lo creo. Viviendo aquí uno llega a pensar que esto es la tierra que mana leche y miel, la tierra de la abundancia. La gente tiene libertad y posibilidad de soñar con su futuro. Aquí se considera que el límite a tus posibilidades lo pones tú mismo, y por tanto puedes conseguir lo que quieras si te lo propones. Cualquiera podría ser presidente si se lo propusiera. Ese tipo de pensamiento es el que encuentras entre los gringos. Los Estados Unidos son la tierra de las oportunidades, acuérdate. Estás en la tierra de la abundancia, la tierra que Dios bendice continuamente.Pero el dinero no es todo.El dinero no es todo cuando tienes todo el que quieres. Si el dinero te rebosa puedes permitirte despreciarlo, y entonces puedes salir a decir por ahí todo eso de “sueña con otro mundo”, “paz y amor”, esas cosas que sientan bien cuando vas vestido con una camisa de flores y sabes cantar y tomas ácido. Claro que también puedes tomar ácido porque tienes lana suficiente para comprarlo. Pero si eres pobre te levantas cada día pensando en el dinero que no tienes, porque el dinero compra la comida de tus hijos y la cama donde duermes, el carro, el médico. El dinero es todo, Eleanora. Decir otra cosa es la pura mentira.¿Y a ti qué se te perdió en los Estados Unidos? Vienes aquí por tus negocios, supongo que se trata de eso y no vienes aquí a hacer turismo. En el fondo es bueno para ti venir a esta tierra de abundancia y llevarte una pequeña parte. No vas a poner límite ahora a tus posibilidades.La empresa era de mi tío Rubén y a mí se me encargó que la mantuviera a flote. Nada más. Eso hice todo este tiempo, hasta que descubrí que podía ganar mucho dinero si mejoraba mis contactos con los californianos. Los texanos me compraban cuero y otros derivados, pero en California surgió la posibilidad de ampliar negocios. Si alguien hablaba de fruta, yo encontraba la forma de hacérsela llegar mejor, y más barata. Si de marihuana, pues lo mismo. Tengo amigos, esos amigos tienen amigos, hay gente que puede hacer lo que yo necesite si hay lana de por medio. Eso son mis posibilidades.Muy bien, entonces qué de lo otro.Lo otro qué.Lo otro que me dijiste, la revolución.Ahí está, Eleanora. La revolución empieza así. Voy a estar chupando de la teta de la vaca que está bien llenota para que mis recursos vayan creciendo. Todo lo que está arriba irá poco a poco engordando a los que estamos abajo. El dinero lo es todo, métetelo en la cabeza. Ellos tienen y nosotros lo necesitamos. Cuando tengamos suficiente y ellos en cambio comiencen a sentir sus carencias, la suerte se nos pondrá de cara.Eso no va a pasar ni en cien años.No tenemos prisa. Cuando pase, estaremos preparados para actuar.¿Estaremos, quiénes? Los cubanos van a liberar los Estados Unidos, ¿es eso?… no que te me vas a cagar de la risa, Juan Domín. Órale y sírveme nomás otro vaso de cocacola, de tanto platicar tengo la boca seca.Más gente. Caras nuevas en la mesa de la izquierda. Tres camareras trazando diagonales de vértigo bandeja en alto. Risas de niños, uno pitando con una trompeta de juguete, otro llorando. En una mesa, una americana acunaba a una niña entre sus brazos para darle biberón. Espalda con espalda, una mujer morena de rasgos latinos le daba el pecho a otra niña de pelo tan negro como el suyo. Pudiera ser que esos bebés contemplaran un día la revolución. Aplaudirían en la playa en medio de la multitud congregada como el día cuando llegó Cortés, rubios, indios, miles de americanos cogidos de la mano para recibir los primeros barcos cargados de guerrilleros de la paz. Banderas cubanas, marineros de barbas ensortijadas. Puros, sonrisas canallas y boinas. Juan Domingo Mayo iría en la proa del primer barco, el ideólogo en no menor medida que el financiero de la nueva patria libre utópica, la rodilla derecha apoyada en la ametralladora, el codo descansando en la rodilla. En la rada lo esperarían banderines de papel, millones de banderines ondeando entre vítores. Y una banda, por supuesto, y fotógrafos, y la prensa, todos animados por la expectativa de ser ellos quienes comunicaran a la historia en letras de oro que un nuevo orden estaba a punto de instaurarse en tierra americana. Los billetes de cien dólares mecidos por las olas, inútiles después de que el dinero quedara abolido, y Janis Joplin sobre un estrado, besando un micro de oro y cantando. Una cocacola.Has tardado tanto.Fui al baño a refrescarme. También aproveché para pagar la cuenta. Nos vamos cuando termines.No le sentaba bien esa chaqueta de color crema. Lo hacía mucho más grande de lo que ya era y además lo anulaba como revolucionario. Tendría que dejarse crecer el pelo, también la barba. La perilla le daba un tono aristocrático. La cocacola estaba muy fría. Miró dentro del vaso, la mitad eran cubitos de hielo.



 




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