lunes, 19 de septiembre de 2011

Palermitana



Yo no tenía intención de comprar nada en ese momento; la familia quería un detalle sencillo, algo que poder llevarse en lote y por poco precio para repartir entre los amigos; la señora quería venderle a la familia un buen lote, y a mí algo caro; yo solo quería saber por dónde podría empezar el paseo sin perderme nada importante. A la puerta de la tienda, sin ir más lejos, una iglesia barroca, envejecida a la palermitana, intentaba amilanarme con un mirar chulesco, y eso siempre es una provocación. La guía que llevaba entre manos ni me la mencionaba.
La señora con un gesto esquivo me dio a entender que me sacaría de dudas, pero que no tuviera prisa. Lo primero era la venta. Y la familia sin decidirse. Me dijo el precio de una trinacria sin que se lo preguntara, y el de un puppo, no sé cuál, a lo mejor el de Angélica. Alguien cogió una camiseta, y un plato decorativo con todas las imágenes de toda Sicilia que resultaban el digest perfecto para los que nunca van a ir a Sicilia. Tenían que mirar bien, insistía la mujer: había banderas del equipo de fútbol, flores de felpa, carros tradicionales, figurillas del padre Pío. Su escote también parecía obsequioso. Pero lo primero era la venta.
¿Ha visto el teatro Politeama? ¿El teatro que dice es el de aquí atrás?, le respondí. Alguien de la familia iba sacando monedas y algún billete para salir pitando, porque el resto de la tropa se había salido y ya andaba calle abajo. La señora me dirigió una mirada pícara, y volvió los ojos al dinero. Ya no se hablaba, quería decir, no mientras en medio anduviera el asunto de la pasta. El teatro Politeama está cerca de aquí, pero tienen que ir un poco hacia atrás, en dirección contraria al centro. El teatro grande que han visto al aparcar es el teatro Massimo. Y cuando salgan de aquí, si giran a la derecha, estarán ya en dirección a la zona monumental, dijo. Pero lo dijo cuando ya el dinero estaba de su parte.
Aún volvió a mirarme otra vez como si esperara confirmación de que había procesado bien la explicación en italiano, pero su cabeza estaba en otro lado. Con el dinero en la mano se tocó la frente, y los pechos, y luego a ambos lados, y entornó los ojos con una sonrisa complaciente.
Ante la perspectiva de una buena venta, el escote ni se lo hubiera planteado.