martes, 30 de noviembre de 2010

Mi malasombra




Lo malo de la gente que quieres mal es que aparece a su antojo. Su antojo, ya lo sabes, coincide siempre con el momento que más te importuna. Es así, no vale la pena que te rebeles. Un principio universal aún sin estudiar. Yo tengo un personaje de esta calaña que merodea a mi alrededor las 24 horas del día. Un desaprensivo que salta siempre en el momento que menos lo quiero. Es aparecer a mi vera y agotarme las energías y las ideas. Ya no puedo escribir. Es un efecto instantáneo. Me inutiliza. Un poco más de lo que ya estoy.
Es mi malasombra.
A veces se me abalanza desde dentro de la pantalla del ordenador, pero ahí sabe que le tengo cogido, por eso se esconde en otros sitios menos evidentes desde donde saltar sobre mí al degüello. Mientras tomo un café con mis amigos actores (tengo tantos) y río y divago y oigo más risas y divagaciones, de repente se cuela en la conversación y dice "no quiero que me repitan que los muertos no pierden la sangre, que la boca podrida sigue pidiendo agua". Yo, desde ese instante, dejo la conversación.  Me pongo en pie y voy a la barra para ver si empieza ya el partido. El jodido partido, digo, en voz alta, pero a lo sumo me veo un hecho un fantoche que quiere ser Bukovski. Y el subnormal se ríe desde una oreja del amigo que está ligando con una polaca. Me retiro ipsofactamente.
Trato por lo demás de hacer una vida normal, como si el capullo no fuera parte de mis circunstancias. Me levanto a mis horas, trabajo, hablo con mi padre. Mi padre habla mayormente y yo hablo con la taza del café. Lo que pasa es que mi malasombra es insistente y me va buscando. Una vez me llegó en la propaganda de un papel pintado que iba a comprar por internet.
Es así de retorcido. La carta venía de Alemania, observen.
Decía así: "sólo una vez estuve casado, y fue a causa de un mal entendido entre cierta joven y yo". Me destrozó los planes de una semana. Yo andaba

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Deprisa

He llegado del trabajo con prisas. Verán: yo me dopo con prisas. Corro por obsesión, así cultivo la imitatio plena frente al mundo. Quiero ser como el mundo. Quiero ser otro espécimen idiotizado y a velocidad máxima.

Cada día gano enteros.

Tengo dos libros encima de la mesa y tengo prisa por acabarlos. También tengo una lista tonta de libros que otros han leído y que creo que yo debo leer. Con prisas, porque si no se me van a juntar las letras con la presbicia.

Miro internet a media tarde. Reviso mis blogs habituales y las noticias a través de los diarios que de momento no cobran por leer. Leo con prisas. Miedo a que en cualquier momento me salga en la pantalla algún mensaje que diga "su período de prueba en EL PAÍS acaba de expirar: ponga su número de cuenta y diga sí en cada casillero del formulario que rellenará a continuación". Leo con prisas y me salgo a toda leche. Hoy no me han cobrado. Me estarán cobrando por algún lado que aún no detecto, pienso.

Sí. También pienso con prisa.

Tengo algunas llamadas pendientes, más dos o tres correos que enviar. Me pongo a hacerlo todo con el mejor talante, pero acabo dándole caña, porque todo me parece importantísimo y tiene que salir hoy. A veces me llaman desde el fondo del pasillo, me dicen que hay algo interesante en la tele, o simplemente me comunican lo que hay para cenar, pero no capto el subtexto. Tengo prisa por acabar lo de hoy. La prisa narcotiza la mente y la incapacita para captar el subtexto. Más: la incapacita para el texto en sí. La anula. Anula más cosas: la líbido es la peor.

Ahora no puedo parar, tienes que entenderlo, cielo.

Sigo escribiendo mis correos. De ahí paso a mis apuntes. Luego miro dos o tres textos para mi trabajo del día siguiente (ya casi ni los miro: trabajar embrutece, aunque sea con textos), selecciono, imprimo. Es horrible seleccionar. Nunca soy feliz con lo que selecciono. Deberían seleccionar los demás, pero aligerando un poco, porque se nos va el día.

Leo el Facebook. Los comentarios del Facebook me repercuten en el hígado: hoy he contado al menos diez de mis agregados que corren más que yo. Recomiendan enlaces de todo tipo, y todos son maravillosos. Recogen citas gloriosas que jamás hubiera tenido tiempo de eyacular yo por mí mismo ni en mil años de pensamiento concentrado. Algunas son de mis propios agregados.

Después de eso ya no eyaculo, ni en sueños.

El Facebook debería estar contraindicado por la medicina oficial. Incluso por el Opus. Así quién carajo va a plantearse tener hijos.
Pero no quiero que me entiendan mal. Todo esto lo pienso muy muy rápido, en un microsegundo. No es por vacilar: es que de verdad pienso muy rápido.
Hasta que miro el reloj y veo que las horas han pasado a un ritmo frenético, y total, no he hecho nada de lo que me pueda sentir ni siquiera contento. O con un contentamiento infantil y de pacotilla. Nada.

Me levanto para ir al baño. Cierro las ventanas. Apago todo lo que encuentro y sea apagable. Al fondo del pasillo veo la luz del dormitorio encendida. Y ella duerme blandamente. El tiempo pasa sobre su cara y su pelo y los dedos que asoma tímida pero lo hace a un ritmo visible. Lo veo pasar y no me parece algo borroso. Al contrario. A ella le sienta bien.

Me lavo la cara. Tomo el cepillo de dientes y me froto bien, pero con prisa.

Es tarde.

Ya no hay tiempo de hablar.

Ya no hay nadie con ganas de hablar.

Dadanoias

sábado, 13 de noviembre de 2010

Las Matemáticas con nocilla

He andado a vueltas con la ciencia estos días. Yo, que soy de letras. Y que me mareo cuando la abstracción de una teoría científica se dispara hasta el tercer nivel. Pero he estado pensando mucho en la ciencia, porque me he dado un baño largo de nocilla. Dream, Experience and Lab. Estando en esa fase también he pensado mucho en García Calvo, Sir Agustín, que siendo un ácrata que incluso viste con un alarmante desorden, ha pensado mucho acerca de las implicaciones entre las matemáticas y la poesía. En la nocilla en sí no he pensado. Ni mucho ni poco, nada. A veces meriendo con nutella, porque soy un latino al que le gusta lo original. También he pensado estos días en el OuLiPo de los sesenta, a los que la nocilla les provocaba una sutil indiferencia. No recuerdo ni una sola vez que Pérec mencionara ni nocilla ni cremas similares. Y si no las menciona Pérec es que nadie las menciona.
Sorpréndanse de lo mucho que he pensado.
Como yo.
Sidiuss/Mauricio Javier González Guzmán
Hace tiempo soñaba con la posibilidad de indagar en la base matemática de la Lengua. Me tocaban las narices esos ramplones desprecios de la gente cool y de ciencias que mandaba al saco de los inútiles a los amiguetes que no daban para más en los estudios. Los de letras. Pero me tocaban mucho más las narices los profesores a quienes yo conocía y que enseñaban entonces la Lengua como un arte obtusa, en cuyo corazón latía una lógica cortocircuitada, impredecible como una bestia del Pleistoceno. No, no la enseñaban así: siguen enseñándola así. Hay que ser del Pleistoceno para seguir enseñando así. Eso me duele. La Lengua es un bien precioso. La Lengua materializa mi imagen del mundo. Lo dice Wittgenstein. Lo dice Janosz Petöfi. Y yo. Me jode que se divulgue en los centros educativos (siguiendo esa cadena de causa-consecuencia), que el mundo es más absurdo aún de lo que ya de por sí parece ser. Me jode pensar que, con maestros así, el mundo va a ser cada día un despropósito mayor que el que hemos habitado hasta ahora.

martes, 9 de noviembre de 2010

El vórtice acelerado

Rastreo literatura, casi a diario. Una obsesión de perros que yo ejerzo a conciencia. Cosa de modas, o acaso necesidad de reubicación. Tengo pánico a estar en el mundo, pero en un mundo equivocado y hecho a mi medida al que fácilmente puedo confundir con el mundo real. Uno se mete a escribir novela, se aísla buscando intimidad y cuando quiere salir de su tabuco el sol alancea sus ojos y le hace daño. Entonces entiende que en todo ese tiempo se ha dejado enredar en unas coordenadas autistas de las que ya no es fácil salir. La torre de marfil es grande, y confusa. Un laberinto, pero mejor no entramos en esa historia borgiana. Hay que rastrear hacia afuera entonces.

Digo que rastreo, pero también habrá que confesarse y admitir que hay en ello un deseo de estar a la última, de conocer lo que está y no está de buen ver todavía, qué es lo que se lleva y lo que no, para asegurarme de que no estoy descolocado en medio del vórtice. La literatura es así, ha sido siempre así, un vórtice loco que gira sobre las vanidades de sus autores, sólo que ahora el vórtice se ha alimentado de la velocidad de la era post y marea más que nunca. Y el vórtice no descansa nunca. Cada día me levanto con la noticia de que ha nacido la nueva esperanza blanca de las letras, sin que nadie me avisara de dónde se iba a producir el parto. Y ni yo, ni nadie al parecer esperaba el parto.

El vórtice gira movido por mil demonios. El vórtice es asesino y acaba contigo si te quedas a merced de su fuerza, si te quedas mirando, como una gorgona transmutada en algo muy moderno, muy de ahora. Algo como la moda, algo como la literatura centrifugada en que se ha convertido esto que llamamos postmodernidad.

Hoy tengo angustia.