martes, 26 de octubre de 2010

El repartidor de banderas

Las banderas nunca son peligrosas si van solas. Esto es así y no puede ser de otra forma, porque desde su invención las banderas tienen la particularidad de estar conformadas por colores divertidos pintados sobre tela. No deben, bajo ningún concepto, ser puestas al alcance de un repartidor de banderas, porque entonces se vuelven celosas, ondean de una forma nerviosa característica y destapan toda su agresividad. Los repartidores de banderas, además, se empeñan en alcanzar las que ondean sobre las puertas de los hoteles, las que señalan almacenes en rebajas, las que usan los niños para jugar al monopoly, y las destrozan todas antes de ofrecer sus banderas, que por supuesto, son feas y huelen a rancio.


Del libro Todas las tardes café, Eds. Irreverentes, Madrid, 2009

El repartidor de cigarrillos

La gente confunde, con una torpeza que les hace flaco favor, a los repartidores de cigarrillos con los repartidores de pipas de fumar. Y sin embargo de todos es sabido que el repartidor de pipas de fumar es un hombre de gesto adusto, con tendencias a quedarse boquiabierto (en esa pose que los engreídos llaman diletante) y que jamás hablan de algo que no empiece con fórmulas engoladas como en modo alguno, como  a la sazón,  como habiendo escuchado a las partes, y otras de esa guisa. Sobre todo, si algo que distingue al repartidor de pipas de fumar es que cumple con su trabajo como un caballero circunspecto, y jamás puede soportar esas intervenciones frívolas con que la gente murmura de los fontaneros y las bailarinas de cabaret.


El repartidor de cigarrillos nunca puede ser confundido con un repartidor de pipas de fumar. El repartidor de cigarrillos es un hombre muy informal: cómo, si no, iba a ir vendiendo cigarrillos de tabaco rubio como si fueran rosquillas; cómo, de otra forma contribuiría a la polución de las cafeterías sin perder su buen nombre y el título de graduado en Secundaria que tiene enmarcado y sólo lo enseña a sus amigos predilectos. El repartidor de cigarrillos es un hombre que se agazapa, que otea el horizonte y asusta a su presa por la espalda. Un hombre así, claro, no debe tener un lugar entre la gente respetable. Es un ser ladino: cuando alguien le pide un cigarrillo suelto, él mira hacia otro lado, se lo extiende al cliente y le cobra el doble de lo habitual. El cliente, que siempre tiene la razón pero no lo sabe, se lleva un gran fiasco de recuerdo: a pocos metros de allí descubre que le ha vuelto a dar uno falso, de chocolate. El chocolate produce granos en la cara. Ése es el objetivo del repartidor de cigarrillos. Ahora ya lo saben.

Del libro Todas las tardes café, Eds. Irreverentes, Madrid, 2009

viernes, 1 de octubre de 2010

Nueva etapa del periódico IRREVERENTES: ahora en digital

Después de mucho hablar y mucho darle vueltas, por fin nos hemos puesto de acuerdo. El periódico tenía que volver a funcionar. En esta nueva etapa, en digital, el reto es dotarlo de una dinámica fluida, conseguir que se renueve de semana en semana, dejar que siga cautivando con sorpresas continuas. ¿No es eso la literatura?
Otra confesión: a partir de ahora me encargo de editarlo mes a mes. Eso era lo que quería contaros. Os dejo con el texto con que se presenta el periódico, y que podéis (debéis) visitar siempre que os apetezca en la web.  http://periodicoirreverentes.blogspot.com/

Tenemos tanto de que hablar.